No somos el centro del universo, ni de nosotros depende la marcha del mismo, pero sí somos el objeto del amor de Dios
¡Feliz año nuevo! Mucho es lo que encierra esta frase, aunque de tanto repetirla quizás hayamos perdido de vista toda su carga semántica.
Al decir “feliz” estamos expresando el deseo profundo de todo corazón humano: la felicidad. Y aunque esta tendrá diversas formas según el corazón que la desee, ese “feliz” estado suele ser la meta indiscutible de nuestra existencia.
Pero ese “feliz”, está calificando a algo, a un “año”. Con este sustantivo, reflejamos nuestra consciencia del tiempo. Y aunque no quiero ni soy capaz de entrar en discusiones metafísicas, es innegable que el ser humano está condicionado por el tiempo cronológico; nacemos, vivimos y morimos en un desarrollo de tiempo lineal, y el conocimiento de esto nos empuja a dividir ese tiempo en fracciones, aunque sea ayudados por las leyes de la naturaleza misma.
Con la última palabra de esta corta pero significativa frase, abundamos en nuestros buenos deseos, aunque sea inconscientemente. Porque a la felicidad de nuestro primer vocablo, añadimos ahora la positiva expectativa de la novedad. “Nuevo”, el que nuestro año lo sea, evoca esperanza, ya que cuando algo comienza implica que tenemos todavía la oportunidad de que sea agradable, de hacerlo bien. Y al ser un período de tiempo, nos estamos dando ocasión de terminar con lo pasado y encarar el futuro con una actitud y expectativas no desgastadas o pesimistas, sino nuevas y optimistas.
¡Feliz año nuevo! pues, de todo corazón y para todas vosotras; porque los doce meses que ahora terminan, ciertamente nos han traído tristezas, tanto personales como globales: desastres naturales, guerras, colapsos políticos… Sin embargo parece que, quizás como mecanismo de defensa, no pensamos mucho en estas cosas que escapan a nuestro control, si es que tenemos la bendición de que no formen parte de nuestra vida diaria…
Como seres humanos que somos, nos gustaría tenerlo todo bajo control, y algunos, incluso, llegan a pensar que lo tienen. Sin embargo, sería sabio recordar las palabras del Eclesiastés: “En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después de él” (7:14). No depende de nosotros, ni siquiera sabemos qué nos va a traer el día de mañana, si será ‘bien’ o ‘adversidad’, pero si tenemos a Dios por Padre, Él tornará todo para nuestro beneficio; si es que realmente le amamos a Él y somos sus hijas (Romanos 8:28).
Consideremos, entonces, y analicemos nuestra vida desde una perspectiva distante, pero esclarecedora; veremos así que hay mucho que no hemos podido decidir o controlar, que no depende de nosotras: Nuestro nacimiento…Nuestra familia de origen…Nuestras capacidades innatas…Nuestra herencia genética, con lo que eso repercute en nuestra salud y aspecto…Ni siquiera nuestro compañero de vida es decisión propia o unilateral, porque tenemos que contar al menos con la voluntad de él. Y aunque les pese a algunos, mucho menos está en nuestras manos el decidir si Dios existe o no, lo que Él aprueba o no, y lo que Él ha determinado para el hombre tras la muerte.
Hay muchísimo que no entendemos… ¡¡Muchísimo!! Y es de ignorantes pretender que sólo existe lo que podemos ver o explicar. Pero en la Biblia se nos habla precisamente de esto, de lo que no entendemos, porque no es explicable con los datos físicos que poseemos; porque lo espiritual sólo lo entiende el espiritual: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1ª Corintios 2:14). Y debemos de entender bien a lo que aquí se refiere Pablo con lo de “hombre natural”. Define así al ser humano, pero no a lo que nos referimos como “carnal”. Os copio a continuación algunas frases de un comentario muy esclarecedor en cuanto a esto: “Natural aquí es la traducción de psychicós, y se refiere a quien está dominado por su psyché, o sea ‘alma’ natural (el principio vital o de individualidad que el ser humano comparte con los animales, aunque su alma está imbuida de un orden de inteligencia superior)”.
Aunque descartemos la idea o nos cueste entenderla, el rechazar el concepto de Dios y todo lo que esto conlleva es un impulso más animal que intelectual. Porque a poco que nos paremos y consideremos la perfección del mundo natural, la profundidad del pensamiento filosófico o la belleza de la creación artística, tenemos que admitir que hay algo más allá de lo meramente físico. Un 85% de los premios Nobel de los últimos 15 años, están de acuerdo con la idea de un Ser Superior, porque la evidencia de esto es mucha…
Pues bien, si lo inteligente y razonable es creer en Dios, ¿por qué, como humanidad, no lo hacemos? ¿Por qué intentamos no pensar en ello? Al igual que con los desastres naturales o las guerras, aunque no nos guste pensar en ellos, ¡existen! Y más nos vale prepararnos porque, como hemos comprobado, suceden… porque su existencia y manifestación escapa a nuestro control.
Sería sabio, pues, buscar la manera de prepararnos lo mejor posible para este encuentro con Dios, y para nuestra muerte, final para algunos pero que para los verdaderos hijos de Dios es meramente una transición. Recuerdo las palabras en el evangelio del apóstol Lucas: “Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? …” (12:20).
El que Dios exista no depende de ti, ¡existe!
El que tengas un alma (o espíritu, como quieras llamarlo) que te diferencia de los animales, no depende de ti, ¡lo tienes!
El que ese espíritu (o alma, como quieras llamarlo) sea eterno, no depende de ti, ¡lo es!
El que tus días en este mundo estén contados y tengan un final, no depende de ti, ¡lo tienen!
El que Dios haya establecido dos opciones para tu alma tras la muerte, no depende de ti, ¡las hay!
¿Qué es, pues, lo que sí depende de ti? Pues prepararte para llegar a la mejor opción, la que te ofrece la compañía de un Dios amante y justo por la eternidad, en vez de caer en la opción contraria de una vida eterna llena de maldad y, por tanto, sufrimiento. Y esta preparación sólo puedes conseguirla leyendo la Biblia, escuchando lo que Dios tiene que decirte a ti, personalmente, a través de las sabias palabras inspiradas por Dios y recogidas en los libros bíblicos por sus siervos. Palabras que siempre llevan a Cristo y a la obra que Él hizo por nosotros; y explican la humildad que se requiere por nuestra parte para aceptar nuestra situación desesperada (separados de Dios), situación que para subsanarse sólo requiere nuestra rendición ante Dios y la aceptación del sacrificio de Cristo como pago por nuestra deuda con el Ser que es y da vida.
Porque el plan de Dios para la salvación de los hombres es tan sencillo como complejo. Dios es santo y verdadero, justo y fiel, por eso necesita un pago para perdonar las transgresiones a Su ley (lo que llamamos pecado). Pero Él mismo suplió para ese pago en la persona de Cristo Jesús, que tuvo que morir para que el ser humano tuviese la posibilidad de vivir eternamente.
Nosotros no somos el centro del universo, ni de nosotros depende la marcha del mismo, pero sí somos el objeto del amor de Dios, y no hay nada que pueda compararse a eso. Que este año que comienza nos lleve a todos a considerar a Dios, a interesarnos por Su Palabra, y a descubrir en ella guía y consuelo, fortaleza y seguridad para nuestras vidas.