LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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El nacimiento más esperado

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En una noche que nadie esperaba, Dios le dio al mundo el regalo más maravilloso que jamás podría recibir…

En la Biblia encontramos muchas genealogías y relatos de nacimientos; pero de una manera especial, encontramos nacimientos de niños muy anhelados por sus padres y que nacieron milagrosamente, siendo sus madres estériles como en el caso de Sansón, Isaac, Samuel o Juan el Bautista. Todos estos niños fueron de gran importancia en su tiempo, no sólo para sus padres sino sobre todo para el pueblo de Israel, puesto que Dios los envió con propósitos especiales. Sin embargo, hubo un nacimiento prometido por Dios con un propósito distinto a todos, anunciado desde el libro de Génesis: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15). Además, a todo lo largo del Antiguo Testamento leemos sobre Aquel que será enviado para salvar a su pueblo de sus pecados y para derrotar a nuestro enemigo, el diablo. Un nacimiento perfecto, ligado a la redención de toda la humanidad.

El profeta Malaquías en su libro, nos dice que Israel había soportado durante 400 años la dominación extranjera y la opresión. No quedaba nada de la historia gloriosa y la soberanía con la que se asociaba a reyes como David y su hijo Salomón, y sí de la pérdida de territorio, ciudades capturadas bajo el gobierno de malos reyes, y la dispersión que les condujo al exilio y a la esclavitud.

Dios envió profetas que prometieron a estas personas la liberación en forma de un Mesías (“ungido”), y ellos esperaban que esa liberación sería ante todo física y militar; pero ese no era el propósito de liberación que Dios les estaba prometiendo con la venida del Mesías. Los cuatrocientos años de silencio entre los dos testamentos, fueron tiempos en los que se podría pensar que Dios se mueve lentamente en su programa, y hasta las palabras de los profetas de antaño deben haber parecido vanas.

La mayoría de los anuncios de nacimientos ocurren después del nacimiento. Isaías anunció con antelación de setecientos años el nacimiento de un Rey, Cristo, el Mesías; este nacimiento sería la encarnación del Dios eterno. Un verdadero milagro. 

Después del silencio, Dios habló de nuevo y ¡al fin llegó el momento! En una noche, cuando nadie esperaba nada, Dios le dio a Israel y al mundo el regalo más maravilloso que jamás podrían recibir (Lucas 2:1-38). Todo en esa noche fue milagroso. También el censo, el viaje a Belén, el tiempo del nacimiento y, sobre todo, la encarnación. Lo que había sido engendrado en el vientre de María era obra del Espíritu Santo; aunque cuando José, que estaba desposado con ella, lo supo, todo su mundo se derrumbó estrepitosamente. Dios lo sabía y tenía un mensaje para él en esta hora de angustia. “En ese mensaje la reputación de María no quedaría arruinada, la llamarían bienaventurada. No era el final de sus sueños como marido, era la respuesta a sus sueños como hombre” (Campbell).

¡Cuánto tiempo había esperado el mundo! Pero finalmente la hora llegó y las primeras personas a quienes son dadas las buenas noticias del nacimiento del Rey de reyes, el Salvador, los primeros en saberlo fueron unos humildes pastores. El mensaje de los ángeles a los pastores hablaba a las necesidades de sus corazones; no debían temer porque el Salvador estaba cerca, accesible, y aunque fueron testigos de las alabanzas declarando su gloria, la gloria más alta se declara en su salvación. Ellos creyeron en el mensaje de paz que los heraldos celestiales anunciaron; aunque no ha habido paz en la tierra desde la caída del hombre…

Las acciones de los pastores fueron un ejemplo para nosotras de evangelización. “Ellos, después de ver al niño, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño”. Como los ángeles habían anunciado, estas nuevas de gran gozo serían para todo el pueblo: todos son pecadores, Cristo nació y murió por todos. Ahora las personas pueden hallar paz con Dios hecha posible por Aquel que estaba en el pesebre. Cristo haría la paz en la cruz, y algún día Él traerá la paz a toda la tierra.

¿Te gustaría tener lo que los pastores hallaron en el pesebre? El mismo Cristo te invita hoy a que vengas a Él; responde a su amor como lo hicieron aquellos humildes pastores, que pudieron conocer al Salvador y tener paz personal y con Dios.

La pequeña ciudad de Belén fue el lugar escogido por Dios para la bendición del nacimiento de Cristo. Este nacimiento milagroso hace posible el nuevo nacimiento. Allá donde las almas sencillas todavía lo reciben, el amado Jesucristo entra a morar. 

Dios había prometido a Israel un Mesías, y luego pasó a cumplir esa promesa a través de su nacimiento. Dios siempre cumple sus promesas. Cuando pienses que Dios está en silencio, puedes descansar en que Él nos sostiene durante esa espera.

Israel esperaba un rey físico que iba a derrotar a los enemigos, a los ejércitos que los sometían, pero en su lugar, recibieron al Dios encarnado, capaz de derrotar a cualquier ejército, humano o espiritual. Ellos esperaban una liberación física y recibieron la liberación espiritual, una liberación más significativa, más crucial. Esperaban a un Dios que pudiera aliviar su sufrimiento, mas el Dios revelado en Jesús compartió deliberadamente nuestro sufrimiento; fue desamparado, sintió todo el dolor de la humanidad, la injusticia, el rechazo, la burla: “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y estando en esa condición, se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.

El que murió y resucitó vendrá otra vez. Cuando vuelva reinará y se cumplirá la promesa dada a María, y su reino no tendrá fin.

Jesús fue admirable en su nacimiento, en su muerte, en su resurrección, y será admirable en su reino venidero. ¿Es Jesús admirable para ti? Cree en Él y también nacerá en ti.

Chelo Villar Castro