Las espinas de la vida, nos hacen buscar la promesa divina
Por la senda de la vida
marcho en derechura al cielo.
Senda estrecha es, en verdad,
mas confío que a la meta
Dios, en su gracia y potencia,
en breve me hará llegar.
Hallo en esta larga senda
lo mismo flores que abrojos;
las flores con su fragancia
y matices delicados,
embellecen el camino
por donde paciente marcha
el cansado peregrino.
Las espinas - ¡qué contraste! -
aunque sin piedad, punzantes,
me martirizan el pie,
hacen que busque el descanso
y añore el dulce remanso
que muy pronto alcanzaré.
Y así prosigo el camino,
siempre firme y confiado,
aunque se enfrente conmigo,
con sus huestes, el diablo.
Pretende reconquistar
su antigua y valiosa presa,
acumulando en la empresa
su poder extraordinario;
mas no reconquistará
lo que perdió en el calvario.
Y mientras cruzo la senda
oigo una voz celestial
dulce, persuasiva y tierna
diciéndome: "Peregrino,
no desmayes si el camino
es áspero y desigual.
Prosigue firme y constante,
jamás te invada el temor,
pues de ti marcha delante
tu bendito Precursor.
Alza la frente, viandante,
nunca con gesto de orgullo,
álzala y sigue adelante
mirando a Cristo, no al mundo.
¡Qué gloriosa bienvenida!
¡Qué brillante recepción!
cuando llegues a las puertas
de la celestial Sion”.
Por la senda de la vida
voy caminando hacia el cielo,
sé que en ella encontraré
luchas, pruebas, tempestad.
Me herirán del sol los rayos
y en días tristes y aciagos
me cercará oscuridad.
Pero esta lucha termina
cuando, por gracia divina,
cruce del cielo el umbral.