¿Cómo enfocamos una ofensa para sacarle el mayor partido?
Ojalá se oyera esto más a menudo en nuestras iglesias: «La gente quiere saber cómo la hemos podido perdonar. Pero como cristianos, es lo que Dios espera de nosotros. Es más, siempre me ha costado seguir enfadada. Es mucho más fácil perdonar que continuar enfadada. Odiaría tener un terrible resentimiento en mi corazón. Además, creo que todo ha sucedido por algo. Mucha gente me ha dicho que mi actitud positiva les ha servido de inspiración. Creo que es mi propósito. Dios me ha ayudado de tantas maneras…» (Missy).
Pero… ¡Ah! — dirás—, eso es fácil decirlo cuando se trata de una nimiedad; tú no entiendes el daño que me han hecho. Me han insultado…me han dejado destrozada…han arruinado mi imagen en la iglesia. ¿Cómo puedo perdonar?
Las palabras que hemos leído son textuales. Las escribió hace varios años una estadounidense de 16 años, Missy Jenkins, paralizada desde la cintura para abajo. Estaba una mañana de diciembre en su instituto, en una reunión de oración con otros jóvenes creyentes, cuando entró un compañero con un arma de fuego y empezó a disparar, matando a tres chicas e hiriendo a otras cinco personas, entre las cuales estaba Missy.
Ojalá se nos quedaran grabadas las palabras de Missy: Dios espera el perdón de nosotras, sea cual sea la ofensa. Sin embargo, nuestra reacción más habitual es aferrarnos al resentimiento como si fuera un perrito para acariciar, alimentar y sacar de paseo. El dolor es aún mayor cuando se trata del agravio de alguien en quien confiábamos plenamente. La actitud de Missy parece imposible, y fluyen de nuestras bocas las «aguas amargas» que menciona Santiago: «Hace ocho meses que no hablo con ella. No pienso volver a hablar con ella en la vida a menos que me pida perdón».
¿Cuál es el problema principal?
El mayor problema que tenemos es que nos centramos en la ofensa en sí en vez de en nuestra propia reacción. Las circunstancias están fuera de nuestro control, al igual que el comportamiento de los demás. En última instancia, sólo nos podemos fiar de Dios completamente, no de las personas, advertencia que el Señor nos hace repetidamente: «Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová» (Jr. 17: 5).
Cada ofensa es una oportunidad única, y nuestra vida cambiará si aprendemos a verlas así. Cada ofensa es una oportunidad para: 1) mostrar a otros la misma gracia que Dios ha derramado en nosotras; 2) aprender principios valiosos; y 3) posiblemente fortalecer la amistad.
Esta situación la he vivido el verano pasado, pero a la inversa. Tengo una amiga que se llama Raquel; es una persona preciosa que busca seguir a Dios de todo corazón. Le hice daño, pero ella me perdonó, repetidas veces, y me ha enseñado lo que es la amistad.
Es por esto, el ver que el perdón funciona, y por ejemplos bíblicos, que decimos que cada ofensa puede convertirse en una oportunidad para bien, una oportunidad para:
• Mostrar a otros la misma gracia que Dios ha derramado en nosotras
Frecuentemente interpretamos que responder con gracia significa ignorar la herida: «Me comportaré como si nunca hubiese ocurrido». Aunque a veces haya situaciones que se puedan pasar por alto, lo que ocurre más bien es que estas ofensas se acumulan en un depósito interior, para estallar posteriormente. Podemos tomar nota de cómo nos ha tratado Dios en cuanto a esto: Ha revelado nuestro pecado para luego mostrar su gracia.
¿Qué significa mostrar gracia hacia otros? Primero, significa la confrontación bíblica. Raquel mostró esta gracia conmigo. Fue ella quien se acercó a mí para hablar, reconociendo que había una situación de tensión. Segundo, significa paciencia. Raquel no se rindió tras el primer intento: me escuchó y me dio tiempo. Oró y dejó que Dios obrase en mí. Tercero, significa confianza en Dios. Raquel no se auto justificó. Permitió que Dios fuese el Vindicador. Dejó a un lado sus propios derechos. Cuarto, significa un verdadero perdón. Raquel me perdonó más de una vez, porque el problema tardó en solucionarse. Practicó la ley de Cristo de «setenta veces siete». No me ha vuelto a echar en cara el daño que recibió. No es bíblico decir: «Perdono, pero no olvido». El perdón se centra en el presente, no en el pasado, y no necesita publicar la injuria: «El que cubre la falta busca amistad; mas el que la divulga, aparta al amigo» (Pr. 17:9).
Con todo esto no queremos decir que mostrar esta gracia sea algo automático. No se trata de una panacea de «amor cristiano». A veces hay problemas hondos que tardan en arreglarse. A veces hay problemas que no se pueden arreglar porque la parte culpable no quiere arrepentirse. A veces hay que evaluar amistades. La Biblia dice que «El que anda con sabios, sabio será; mas el que se junta con necios será quebrantado» (Pr. 13:20). Quizá hemos errado al escoger una amistad, y estamos sufriendo las consecuencias con, por ejemplo, una amiga necia que cuenta a los cuatro vientos nuestros secretos más íntimos. Pero sea cual sea el caso, podemos derramar gracia con el poder de Cristo.
• Aprender principios valiosos
Cada ofensa es una oportunidad no sólo para mostrar gracia a otros sino para recibir lecciones acerca de Dios, la vida cristiana, el comportamiento… A veces pensamos que estas lecciones sólo son para nosotras, pero muchos pueden aprender de los principios que se han arraigado en nuestro corazón.
Por ejemplo, podemos identificar nuestros puntos débiles. La ofensa de una amiga es una oportunidad para preguntarnos: «¿Tiene algo de razón? ¿Hay algo en mi vida que no está bien y que le ha hecho reaccionar así?» Una de las primeras preguntas que me hizo Raquel fue si había hecho algo mal.
Cuánto beneficio obtendríamos si aprendiésemos a ver el problema desde otra perspectiva: no sólo la de los demás, sino la de Dios. ¡Cuánto usa Dios la aflicción para hacernos crecer! No podemos enorgullecernos de nuestra personalidad y pensar que todo el mundo se tiene que amoldar a nosotras. Nuestro carácter tiene que cambiar para parecerse más al de Cristo. Y es en situaciones de ofensas, cuando somos «inocentes», que descubrimos la escoria que hay que eliminar de nuestro carácter. Es un proceso de humillación, para después hallar mayor gracia: «Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo» (1 P. 5:6).
• Posiblemente fortalecer la amistad
La palabra «posiblemente» tiene que estar ahí porque puede que no todo salga como esperábamos. Pero cuando hay reconciliación, la amistad crece en profundidad. Yo ahora confío en Raquel más que nunca. Estamos unidas por un auténtico perdón.
Necesitamos revolucionar nuestra mentalidad para poder pensar como Missy; encadenada a una silla de ruedas por culpa de un crimen, pero tan libre en su interior gracias a su espíritu de perdón. «Si el Espíritu Santo no nos deja, a pesar de tanto en nosotros y nuestros caminos para angustiarle, debemos ser muy lentos en concluir que no podemos trabajar con otro cristiano», escribió D.E. Hoste, sucesor de Hudson Taylor en la Misión al Interior de la China. Asumamos que si el Espíritu Santo es tan paciente con nosotras, debemos ser muy lentas en concluir que no podemos perdonar el daño que nos ha hecho una amiga. Una ofensa es una gran oportunidad.